Ante tanta oferta de información, se vuelve indispensable un discernimiento sobre lo que consumimos día a día.
“Somos lo que comemos”, decía Feuerbach, y repiten por allí quienes promueven una llamada “alimentación saludable”. Esta parcial verdad -remarco lo de parcial- aplicada al cuerpo, con mayor razón puede aplicarse al alma, a lo espiritual. ¿Qué “consumimos” espiritualmente? Tanto en lo que vemos, escuchamos, leemos, podemos constatar el poder de la palabra, el poder que tiene una imagen, una lectura. Estos “alimentos” (un libro, una serie, una charla, etc) a veces nos ayudan a tomar decisiones, definir criterios, aclarar confusiones, etc. Otras veces, esos “alimentos” nos conducen a caminos que no nos plenifican, nos confunden, socavan creencias profundas y valiosas para nosotros, nos mueven a romper ciertos vínculos innecesariamente, etc.
Muchas veces escucho comentarios como “Fran, ¿no leíste a ‘tal’ autor? Es increíble lo que dice en su último libro”. U otras frases como “Este libro te dice cómo hacer para generar confianza y ser un buen líder”, “Cómo ser feliz en cinco sencillos pasos”, etc.
Sinceramente no dudo de que esas lecturas recomendadas deben tener cosas valiosas. Personalmente me dedico al coaching y he leído cosas que me han aportado mucho. Pero la experiencia me ha mostrado algunos matices o sutilezas que se desprenden a partir de esto. Permítanme señalar dos.
En primer lugar, me pregunto: además de estas lecturas, ¿hemos leído la Biblia? ¿Leímos el Nuevo Testamento? ¿Hemos meditado el Evangelio? ¿Aunque sea hemos leído de corrido uno de los 4 evangelios?
¿A qué viene todo esto? Si creemos y valoramos lo que oradores y escritores de renombre dicen respecto del hombre, de la búsqueda de realización del ser humano, de cómo potenciarlo, ¿cómo no creerle a Alguien que -por fe- sabemos que nos ha abierto las puertas de la meta más alta que el hombre puede alcanzar: la comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo? ¿Cómo no creerle a Alguien que revela al hombre quién es Dios, y al mismo tiempo revela al hombre quién es el hombre mismo? Como señala el Concilio Vaticano II: “Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et Spes 22).
En segundo lugar: “De la abundancia del corazón habla la boca” (Lc 6, 45). Es decir, aquello que comunicamos sale de adentro. Si nuestras palabras manifiestan enojo, rencor, reflejan eso que llevamos dentro. Pero las palabras que salen de la boca tienen un rol clave: no solamente manifiestan lo que hay en el corazón. El poder de la palabra radica en que ella también va formando nuestro corazón, nuestras creencias, nuestro modo de pensar y sentir; y de allí, nuestras decisiones, prioridades, etc. Por eso, no somos lo que somos solamente a partir el alimento corporal, sino también del alimento espiritual: “El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4).
Discernir lo que consumimos
Y la sutileza, que creo que merece un discernimiento, pasa por aquí: aquella lectura que nos hace un valioso aporte para potenciarnos en el ámbito laboral, aquella canción que expresa parcialmente algunos sentimientos que siento hacia alguien, aquella serie que nos entretiene, ¿hasta qué punto van ganando espacio en el corazón? ¿Hasta qué punto, algo que aparece en tal libro y me aporta valor, no me abre a pensar que todo lo que está allí es cierto y verdadero? ¿Hasta qué punto nuestro modo de pensar y de sentir, nuestros anhelos y esperanzas, no se van “configurando” con aquello que vemos y escuchamos?
Dicho de otro modo: si estoy leyendo un libro de autoayuda, que contiene algunos aspectos valiosos, y en las referencias que el libro hace a “conseguir nuestras metas” y “cumplir tus sueños” referidos únicamente al éxito económico, sutilmente podemos ir asociando el éxito o la plenitud con ser millonario. De hecho, me pregunto por qué los gurúes que escuchamos, leemos o a quienes damos autoridad en general son millonarios. Pocas veces -por no decir ninguna- he visto una charla TED de una ama de casa de un barrio pobre, cuya meta y realización personal consiste en que sus hijos estudien y crezcan como personas de bien, honestas y trabajadoras. Ni hablar de la posibilidad de que sea un crucificado el que me hable de plenitud…
Desde ya que esto no es algo automático ni lineal. No es que “si escucho tal grupo de música” voy a pensar exactamente igual que su cantante. Ni tampoco estas líneas son una invitación a una actitud fideísta en la cual vemos como malo y pernicioso todo aquello que no hable explícitamente de Dios. “Examínenlo todo y quédense con lo bueno”, señala San Pablo (1 Tes 5, 21). Antes que una invitación a dejar de lado todo eso, es un llamado a que empiece a ganar espacio en nuestro tiempo y en nuestro corazón aquellas cosas que nos alimentan verdadera y plenamente el alma. Esto requiere hacer un discernimiento de lo que consumimos espiritualmente.
Discernir para elegir
Por último, todo discernimiento ayuda a elegir con más conciencia y libertad. Por eso creo que no solamente debemos hacer un discernimiento, sino incluso una elección: ¿qué o quién quiero que gane espacio en mi corazón? ¿Cómo quiero alimentarlo? ¿Quiero que Dios sea lo primero en mi vida? Si es así, ¿qué decisiones necesito tomar? ¿Cómo voy a dejar que su Palabra vaya configurando cada vez más mi corazón, para que Él viva y obre a través mío? ¿A quiénes voy a escuchar, para que viva mi vocación de bautizado, para que viva como un alter Christus, como “otro Cristo”?